Cada testimonio es una evidencia viva del poder de Dios. No solo es un recuerdo, es una herramienta para bendecir a otros y fortalecer nuestra propia fe. La Biblia dice que vencemos “por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio” (Apocalipsis 12:11).
Muchos guardan lo que Dios ha hecho en su vida por vergüenza, temor o incredulidad. Pero compartirlo puede cambiar la vida de alguien. Puede darle esperanza a quien está a punto de rendirse. Puede abrir los ojos a quien no cree.
El testimonio también nos recuerda de dónde nos sacó Dios. Nos hace agradecidos. Nos mantenemos humildes. Nos ancla a la realidad de que fue Su gracia la que nos levantó.
No subestimes tu historia. No tiene que ser espectacular, solo real. A veces, el simple hecho de decir “Dios me sostuvo cuando no tenía fuerzas” es suficiente para que otro diga “yo también puedo”.
Así que escribe tu testimonio, compártelo en voz alta, publícalo, cuéntaselo a alguien. Deja que lo que Dios ha hecho en tu vida, no se quede en silencio. Hay alguien esperando escuchar exactamente eso para volver a creer.