Muchos piensan que adorar es simplemente cantar bonito, pero la adoración es un arma poderosa que transforma atmósferas, rompe cadenas y activa milagros. Es una declaración de fe, una rendición total al Rey de reyes.
En 2 Crónicas 20, el rey Josafat estaba rodeado de enemigos. En vez de preparar armas, actuaron cantores que alababan al Señor. ¿El resultado? Dios confundió a los enemigos y el pueblo ganó sin levantar una espada.
La adoración cambia nuestro enfoque. Nos saca del problema y nos lleva al trono. Nos recuerda quién es Dios, lo que ha hecho, y lo que puede hacer. Cuando adoramos, nuestros problemas se achican y nuestra fe se agranda.
No tienes que esperar al domingo. Puedes adorar en tu casa, en el carro, en el trabajo. Es una actitud del corazón que dice: “Señor, confío en Ti, aunque no entienda lo que veo”.
Cuando adoras en medio del dolor, estás peleando una batalla espiritual. Estás diciendo: “Sigo creyendo, sigo adorando, sigo firme, aunque me cueste”. Y esa adoración tiene peso en el cielo. Es adoración con propósito.