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Hay momentos en nuestra vida espiritual en los que oramos, buscamos, clamamos… y parece que el cielo está en silencio. No escuchamos una respuesta clara, no vemos señales, y nos preguntamos si Dios realmente está escuchando. Este silencio no significa ausencia. Muchas veces, el cielo trabaja en lo invisible mientras nuestra fe es probada.

La Biblia está llena de ejemplos de personas que atravesaron temporadas de silencio divino. José fue vendido, calumniado y encarcelado antes de ver el cumplimiento del sueño que Dios le dio. David fue ungido rey, pero esperó años y sufrió persecuciones antes de sentarse en el trono.

En esos momentos de silencio, Dios no está distante. Él está enseñando, moldeando y fortaleciendo nuestra fe. A veces, el silencio de Dios es la forma en la que nos llama a confiar en Su carácter, más que en nuestras circunstancias.

La espera también revela lo que hay en nuestro corazón. ¿Seguimos buscando a Dios por quien Él es, o solo por lo que puede darnos? El silencio nos lleva a la profundidad. Es una invitación a permanecer, a no rendirnos, a seguir adorando sin condiciones.

Confía en que si Dios está en silencio, también está obrando. Aunque no lo veas, Él ya está en camino. Y cuando se manifieste, todo tendrá sentido. Su silencio no es rechazo… es preparación.

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